Forastera espacial-Fragmento #2

Max Gill
3 min readJan 6, 2021

Oh when you’re cold

I’ll be there

To hold you tight to me

El zumbido del taladro acompañaba la melodía, y la potencia de su voz era mayor que la de su herramienta.

Oh (oh oh!) When you’re alone

Los tornillos caían uno a uno al suelo y la plancha cedía dejando entrever cables de distintos colores y luces SuperLED azulinas.

I’ll be there (oh yeah!)

By your side

Su poseedora daba vueltas alrededor de un procesador de datos del tamaño de un refrigerador, buscando los puntos en los que las placas de metal que lo cubrían estaban atornilladas a la estructura interior. Una tarea relativamente sencilla pero que tomaba tiempo y energía que podían aprovecharse mejor en la etapa siguiente.

La joven mujer que danzaba alrededor de este tótem electrónico no era mayor de veintidos años, mas su destreza demostraba que no era una principiante en esta tarea. De hecho, era la propietaria y única empleada del establecimento llamado McMillan’s Electronic Repairs, situado en una calle céntrica de un barrio comercial… En un planeta lejano llamado Roanoke, en el sistema planetario llamado Mancomunidad.

Como en cualquier establecimiento respetable, el tiempo de trabajo era precioso y debía aprovecharse al máximo. Era la hora en la que acostumbraba almorzar, pero por tratarse de un importante encargo de un distinguido cliente, podía hacer el sacrificio de permanecer en su puesto de trabajo hasta conseguir un avance razonable, segura ya de poder terminar el encargo en la fecha estipulada, calculada por ella misma y concertada con su cliente. En esto era ella muy responsable, y la experiencia le permitía realizar estos tratos con la confianza de poder corresponder a la confianza de su cada vez mayor clientela, con tiempo suficiente para una última revisión. Cualquier demora que pudiera ocurrir en el transcurso de ese tiempo corría por cuenta de ella y se vería reflejada con un descuento en el precio final. Por supuesto que ella exigía el pago de un porcentaje del costo de sus servicios por adelantado, pero el cliente siempre lo comprendía pues era necesario costear los materiales y las herramientas de uso específico que se pudieran requerir para la reparación o reforma del dispositivo en cuestión. Aunque los precios eran razonables y accesibles,sus ganancias le permitian vivir y mantenerse lo suficientemente bien como para no depender del dinero que sus clientes le entregaban para comenzar a trabajar en sus respectivos encargos. En esto era ella también muy responsable. Llevaba con mucha exactitud un registro de sus ingresos y gastos comerciales y personales en un enorme libro forrado en cuero que descansaba siempre en un estante en el que también atesoraba obsequios de sus clientes.

Era muy atenta y servicial pero su confianza no iba más alla de lo que necesitaba para mantener la estima de aquellos con los que hacía tratos comerciales. Nunca nadie visitaba su establecimiento si no era por un asunto de estos. Y rara vez ponía un pie fuera de su negocio. Cada cierto tiempo compraba sus víveres en lugares previamente designados y en los que su presencia no fuera objeto de preguntas. Cuando algo de esto sucedía, es decir, cuando alguien hacía un comentario o pregunta fuera de lo estrictamente necesario, simplemente asentía con una sonrisa, se retiraba y jamás volvía por allí.

Vale decir que incluso en ciertos lugares donde se sintió especialmente mal recibida, pero que eran contiguos o daban frente a otros donde se sentía algo más cómoda, daba una vuelta alrededor de la manzana o cruzaba intempestivamente la calle, a veces incluso en zig-zag, para evitar los primeros y llegar más rápido a los últimos.

Como el avestruz que al ocultar su cabeza olvida que el cuerpo entero está a la vista, esta actitud reservada, huraña a veces, le había hecho célebre en aquel lejano rincón del universo. Y a ello correspondía ella también reservándose el derecho de admisión en su establecimiento comercial para aquellos por quienes se hubiera sentido maltratada o ultrajada. Y salvo en las ocasiones en que hubiera concertado un día y horario de entrega con un cliente de más o menos mayor importancia, tanto el escaparate como la puerta permanecían cubiertos desde dentro con una gruesa cortina, obligando así al entrometido a golpear la puerta y someterse a su estricto régimen de admisión.

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Max Gill
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Born in Argentina, living in Chile. Working class. Politics and religion, writing and music #TrojanRecords